Día 1

A nuestra llegada fuimos al espectacular Museo de la Minería y de la Industria, donde descendimos a más de 200 m. de profundidad para ver cómo trabajaban los mineros en la mina.

Una vez acabada la visita y habiendo dejado el equipaje en el hotel, no pudimos esperar más para darnos un chapuzón en la Playa de San Lorenzo (Gijón).

Terminamos la primera jornada del viaje con un agradable paseo nocturno que nos permitió conocer a la muyerona (la Madre del emigrante).

Día 2.

Dispuestos a iniciar la primera aventura, nos preparamos para emprender un buen tramo del descenso del sella en kayak. Disfrutamos de fantásticos paisajes y muchas risas sobre el agua.

Aprovechando la cercanía, fuimos a visitar la Santina de Covandonga. Bebiendo de los siete caños uno se asegura el matrimonio en los siguientes 365 días. ¡¡Esperemos que a nadie se le cumpla dentro de plazo!!

  

Día 3.

A la mañana siguiente, seguimos con nuevas emociones enfrentándonos a las rugientes olas del Cantábrico. La protección térmica del neopreno y nuestro eufórico estado anímico fueron suficientes  para tratar de surfear sobre las olas, y aunque estas no fueron tan tremendas como esperábamos, tenemos que reconocer que lo pasamos muy bien y pusimos todas las ganas y el esfuerzo que pudimos.

Después de comer, visitamos el inmenso Jardín Botánico (¡qué maravilla de sitio!) y terminamos con una caminata por la senda de Francia para adentrarnos aún más en la naturaleza asturiana.

Por la noche nos esperaba la fiesta de despedida: música, comida, bailes y… ¡hasta premios!

Además, tuvimos la suerte de poder ver los fuegos artificiales y las hogueras de la noche de San Juan en la Playa de Poniente.

Día 4.

Era el último día y en el que haríamos el viaje de vuelta a Madrid, así que dimos lo que nos quedaba en el último paseo; esta vez por Cimadevilla, el casco antiguo de Gijón.

Y así terminó nuestro periplo por la región asturiana.

Ha sido un viaje realmente estupendo.