Los alumnos de 4º de ESO han tenido la ocasión de presentarse al I Certamen de microrrelatos científicos sobre el tema “Microorganismos”, convocado por el Colegio Oficial de Biólogos. Dos alumnos han presentado sus relatos al concurso, habiendo tenido que documentarse para ello, y realizando trabajos de mucha calidad. Compartimos con vosotros los dos relatos.
¡Esperemos que tengan suerte con el veredicto del jurado!
Al fin, tras una larga patrulla, llegaba a nuestro lugar de descanso. Habían sido unos meses tranquilos, tanto que ni tan siquiera tuvimos que llamar a los generales T y B. El viaje hasta allí era largo, pero me reuniría con mis compañeros y podríamos contarnos nuestra experiencia patrullando. Cuando me quise dar cuenta, había llegado al ganglio. Allí se encontraban todos, alrededor de un monocito asustado. Al acercarme, sentía como ligeramente aumentaba la presión. Los pulmones, decía tembloroso, hay un-un-un… La tez de mis compañeros estaba más pálida que nunca. Todos entendieron qué quería decir, pero se negaban a aceptarlo. Aparentemente el simple hecho de nombrarlo les producía escalofríos. Entonces yo sentí uno, pero no era mío. “Fiebre”, pensé. Todos se dirigieron hacia los pulmones cabizbajos y aterrados. Rogué que me dijesen el nombre del patógeno, pero nadie me atendía. Finalmente llegamos a los pulmones y vi la razón de tanto conflicto. Eran grandes y amenazantes, de sus membranas salían unos espeluznantes pelos y no paraban de clonarse. Un linfocito allí presente nombró su temido nombre: Acinetobacter baumannii. Su nombre se mezclaba en mi cabeza con las estructuras ahora sin vida que momentos antes formaban parte de una célula pulmonar.
Mi miedo creció cuando vi la expresión de un linfocito T. Ni siquiera ellos sabían que hacer. Me acerqué al patógeno y me dispuse a hacer mi labor de fagocitosis. El hecho de estar cerca de la bacteria causaba que mi membrana se fuese descomponiendo mientras trataba desesperadamente de fagocitarlo. Sus enzimas estaban a punto de alcanzar mi interior cuando por fin logré rodearlo. Creía que lograría acabar con ella, pero nada más tratar de descomponerla me encontré de cara con mi destino. La bacteria tenía una cápsula que la protegía de mis enzimas. Seguí intentándolo en vano hasta que el fin de la vida llegó a mí, como presagio de qué ocurriría a la mayoría de los que formábamos ese cuerpo.
A.P. (4º ESO A)
AL FINAL TODO COMO AL PRINCIPIO
Cuando lo leí en el periódico no me lo pude creer, “experimento fallido posiblemente peligroso huye del laboratorio”, ese es el titular que tanto llamó la atención. Desde hace unos años se estaba estudiando el cómo algunos enfermos de cáncer, tras contraer una infección, experimentaban unas inexplicables mejorías, a la mayoría ayudaba en el tratamiento y solo en algún caso puntual se curaba por completo el tumor. Algunos laboratorios querían investigar y conseguir la cura definitiva para una de las peores enfermedades: el cáncer, pero el problema venía cuando solo se podía experimentar con personas y eso suponía la muerte segura de centenares de ellas, por lo que el Gobierno prohibió todo tipo de investigación y experimentos.
Resultaba que un laboratorio bastante poderoso había ignorado las leyes y estuvo investigando este curioso hecho, descubrieron que para poder curar un cáncer grave de una persona debatiéndose entre la vida y la muerte tenían que colocar el microorganismo en la zona del tumor y una vez allí que este se reprodujera anulándolo por completo. Lo complicado era que el microorganismo se reprodujera todo lo necesario para parar la enfermedad y que no se extendiera más. En consecuencia, empezaron a modificar el ADN para que la fisión binaria ocurriera tres veces más rápido y finalizara cuando fuese necesario.
Al principio, todo parecía ser un éxito, pero sin saber exactamente cómo, un día sucedió lo impensable. El microrganismo modificado se estaba reproduciendo de una manera tan rápida que en menos de que la gente se diera cuenta de lo que precisamente pasaba, el microorganismo se había vuelto una masa gigante reproduciéndose cada vez más y más rápido, hasta el punto que se volvió tan grande que en apenas tres horas había conseguido ocupar más de cincuenta y cuatro calles de la ciudad. Ni científicos, ni sus creadores, ni las mentes más brillantes saben cómo parar esto, por lo que en menos de cuarenta y ocho horas desaparecerá lo que hoy en día conocemos como la Tierra. Desaparecerá nuestro hogar, nuestros recuerdos, nuestras pertenencias más preciadas, ya no tendremos donde ir a pasarlo bien, ni tendremos gente con la que hacerlo, en menos de cuarenta y ocho horas no quedará rastro de lo que conocemos como humanidad. Finalmente, la Tierra volverá a estar ocupada por los pioneros que habitaron en ella.
B. B. (4º ESO C)